Disfrazado de vendedora de manzanas llegó hasta la
altura del soberano, que cortaba la cinta rodeado de autoridades y guardias.
Con ese disfraz que animaba a la chiquillería a intentar robarle la mercancía pudo
llegar hasta su víctima, y habría podido acabar con él allí mismo de una cuchillada
sangrienta, pero se limitó a lo acordado con su compinche, de modo que estrechó
la mano del cacique fingiendo reverencia y fue a ofrecerle una de las manzanas
envenenadas.
De pronto, viendo cómo a su alrededor se desplomaban
unos niños, comprendió que habría sido mejor apuñalarlo.