—Deberías
airearte un poco, que hueles a cerrado —protestó ella—, y al final me van a
echar la culpa a mí. Claro, como tú eres un viejo aristócrata y a mí me pueden
cambiar por otra, a ti qué más te da.
—Calla
—intervino el prestigioso anciano—, nadie se meterá contigo. Con tratarme bien
y no marearme mucho, lo tuyo es muy fácil, chiquilla.
Al final, como
siempre, al corcho le cargaron todas las culpas.