En
el lugar más recóndito de la isla se anunciaba un
duelo de amenazas y desafíos
al que los dos vigilantes, atosigados por la siesta de bochorno y ron, eran
ajenos, aunque no por mucho tiempo, pues ya adivinaban la llegada de los
secuaces del exministro de finanzas, y los aguardaban con las armas cargadas a
los pies de la hamaca.
—¡Arriba,
gandules! ¿Dónde escondieron la guita?
—¿Qué
guita?
Tras
una pausa, todos se echaron a reír.
—¡Corten!
—dijo el director— ¿Otra vez borrachos?
El
rodaje se abandonó tras triplicar el presupuesto.
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